En Esculpir en el tiempo, libro en el cual el cineasta ruso Andrei Tarkovski reúne las ideas, sentimientos, experiencias y sensaciones que lo van acompañando en su vida y producción fílmica, accedemos a un cuerpo de pensamiento que logra teorizar sin caer en la abstracción, expresando reflexiones poéticas y humanas extraídas de la propia vivencia. En su libro-testimonio, Tarkovski se mantiene fiel a los factores que considera primordiales en la producción de significado: lo concreto, la fidelidad al tiempo, la atención a lo particular, ya que “cada imagen tiene una realidad irrepetible”.
Al priorizar los procesos de trabajo –de creación y reflexión– MUFF es un festival cuyo funcionamiento entiende que el tiempo está en el centro de sus cuestionamientos y consideraciones. En esta reflexión, me gustaría hablar sobre el tiempo en relación con nuestra vivencia de lo visual/fotográfico en la actualidad.
En su libro, Tarkovski cuenta sobre las cartas que recibe en respuesta a su cuarto largometraje, El espejo (1975), que incluyen desde las reacciones de disgusto e incomprensión más violentas, hasta las más sutiles expresiones de agradecimiento por parte de espectadores que se sintieron verdaderamente tocados, a nivel filosófico y espiritual, por su película. “El motivo de mi carta es El espejo”, le escribe una persona de Leningrado. “Una película sobre la que ni siquiera soy capaz de escribir, pero de la que vivo. La capacidad de escuchar y de comprender tiene un alto valor… Si dos personas son capaces de sentir lo mismo, aunque sea sólo una vez, entonces siempre se comprenderán. Aunque uno viviera en la Edad de Piedra y el otro en la nuclear. Quiera Dios que las personas al menos puedan comprender y sentir los impulsos humanos más fundamentales, los propios y los ajenos”.
Cuando leí estas palabras recordé las charlas en los distintos encuentros de la plataforma Barrios, de MUFF. El miércoles se realizó el primer encuentro del barrio Peñarol, un grupo conformado por trece habitantes de la zona, que incluye desde tres adolescentes de trece y catorce años hasta una maestra jubilada de setenta años. Al igual que en el primer encuentro de Parque Rodó en agosto y el del Cerro hace tres semanas, esta instancia estuvo marcada por la apertura y sensibilidad de todos los participantes. Luego de presentarnos y contar un poco sobre el CdF, el festival y el funcionamiento de la plataforma en sí, le pedimos a los inscritos que contaran un poco sobre sí mismos y las razones que los habían llevado hasta allí. Roberto, de sesenta años recién cumplidos, comentó que si bien se dedicó a trabajar en un banco, siempre hizo fotografía. Sobre Peñarol, dijo que el barrio lo atrapó, que llegó a Peñarol por casualidad hace treinta años y ahí se quedó. El barrio lo fue “tomando de a poco”, así como las historias de sus habitantes más antiguos, que, para Roberto, son fascinantes y tendrían que entrar en este proyecto. Roberto hacía los retratos escolares, pocos en el barrio mismo, la mayoría en Sayago, pero alguna que otra escuela en Peñarol sí fotografió. Mathías tiene treinta años, licenciado en comunicación visual con una maestría en estudios latinoamericanos, se dedica hace tres años a investigar desde la fotografía el fenómeno del celular como una de las grandes adicciones del siglo XXI. Pasó la mayor parte de su vida en Peñarol y su abuela de 85 años sigue viviendo en la casa donde creció. Cuando Roberto contaba sobre su actividad paralela de fotógrafo escolar, Mathías sonrió: “Sabés que yo creo que fuiste vos que me hiciste la foto de sexto, con moño y túnica”. En ese instante hubo un breve silencio, como si el aire de la sala estuviera respetando ese vínculo longincuo e imprevisto. La fotografía se transformaba en un puente extensísimo pero imperceptible a los ojos, que disponía sobre la mesa blanca alrededor de la cual estábamos reunidos, la imagen fotográfica de un escolar de doce años con túnica blanca y moño azul en un barrio que era y no era el mismo donde nos encontrábamos en ese momento. La foto existió y debe seguir existiendo en cuanto objeto, cabe a Mathías buscarla, pero en nuestras mentes la vimos todos sobre la mesa, y al volver a poner los ojos sobre el joven de treinta años, esa imagen fundía en un instante mágico el tiempo discurrido y sus acciones sobre el espacio, durante un período de dieciocho años.
La familia de María Alicia llegó a Peñarol en 1930, echando extensas y firmes raíces: sus cuatro hijos, seis nietos y ella siguen viviendo en Peñarol. María Alicia trabajó como maestra, tiene setenta años y es aficionada a la fotografía desde siempre: “Las fotos me han acompañado toda la vida. Tengo un acervo importante de toda la familia. Siempre las usé para contar historias a mis hijos, y ahora a mis nietos”. Nos contó en ese primer encuentro, que sus abuelos eran obreros, gente humilde, y que “sin embargo, ¡nunca faltó una cámara de fotos en la casa!”.
Santiago, quien recientemente regresó de España donde estuvo cinco años, comentó que para participar de este proyecto era una oportunidad para volver a reencontrarse y redescubrir el barrio. Aprendió fotografía con su hermano, quien le enseñaba a hacer fotos con una cámara de rollo sin rollo. “Así yo me tenía que acordar de la imagen que sacaba, la tenía que grabar en mi mente”. Eso suscitó varios comentarios y lo que podría retomarse en cuanto discusión en el próximo encuentro.
Luego de las presentaciones, los activadores de la plataforma Barrios, Maxi y Nico, pusieron en marcha el ejercicio con el cual acostumbran inaugurar estos espacios de trabajo de la plataforma MUFF: Barrios. El grupo se organiza en duplas, cada una de las cuales busca un espacio silencioso en los alrededores. Uno se cubre los ojos, mientras el otro le cuenta una vivencia personal. Debe describirla de la manera más visual que pueda, recordando elementos como vestimentas, si estaba soleado o si llovía, etcétera. El que escucha y no ve no puede comentar, solamente escuchar. Cuando se completa el relato, se invierte la experiencia: el que escuchaba con los ojos vendados cuenta una vivencia suya, que el otro escuchará sin ver.
Una vez que todos completan el ejercicio, vuelven a reunirse en un círculo. Los activadores van llamando uno a uno y deben contar lo que escucharon, la vivencia relatada por su pareja, sin que ella pueda intervenir sobre esa exposición. Si el que relata al grupo la vivencia del otro se equivoca o escuchó o interpretó algo mal, el autor de la vivencia no puede intervenir. Después de que termina la ronda de relatos, se abre la instancia colectiva de reflexiones y comentarios acerca de la experiencia, los niveles de precisión de los doble-relatos y los factores que habrían llevado a las distintas interpretaciones.
Se rompe el hielo y en pocas horas un grupo que tiene en común habitar en la misma zona, empieza conocerse desde un lugar íntimo, abierto, raramente experimentado en la cotidianidad habitual.
El tiempo es un elemento esencial en la fotografía. Aunque seguramente es un factor determinante en cualquier esfera de la vida diaria de todas las personas, en la fotografía, así como en el cine, el tiempo asume un rol central que atraviesa cada fase del proceso creativo incidiendo directamente sobre los resultados. Y más allá de la (producción de una) imagen, el tiempo en la fotografía puede ser observado en tanto espacio de trabajo. Cuando el fotógrafo percibe la presencia física del tiempo, las circunstancias del momento fotográfico se transforman y pasan a abarcar o hacerse cargo de todo el significado que en ese espacio será construido, o del cual devendrá… Tarkovski denominaba “fidelidad al tiempo” la atención a lo particular, a las cosas, a la historia, a las tomas concretas. “Cada imagen tiene una realidad irrepetible, que el director debe perfilar hasta hacerla clara; cada toma tiene un tiempo que constituye su sentido profundo y propio, y que hay que sacar de la materia, hacerlo surgir del mármol: esculpir”.
Para el cineasta ruso, el propósito del cine como el de todo arte es el de proyectar y hacer intuir un mundo mejor. Por eso insistía sobre la renuncia a toda complicación de estilo, a la retórica, a lo que él denominaba “las traiciones de la ideología”. “Tender hacia la sencillez supone tender a la profundidad de la vida representada. Pero encontrar el camino más breve entre lo que se quiere decir y lo realmente representado en la imagen finita es una de las metas más arduas en un proceso de creación”.
Estas son algunas de las vivencias que nos gustaría generar en el trascurso de esta primera edición de MUFF: Vivencia. En Barrios se cruzan testimonios de vivencias que difícilmente se encontrarían en otros ámbitos de trabajo o vecindad; en Caminos Conjuntos, cuyo segundo encuentro será la semana próxima, se entrelazan formas de ver, hacer y pensar en y desde el ámbito fotográfico. Esperamos ansiosos a los 38 participantes que comienzan a llegar el sábado 1 de octubre, preparándonos para una intensísima semana de trabajo en el nuevo Espacio Serratoza. ¡Sígannos aquí y participen de los foros!
Veronica Cordeiro