Al cuco.
A los vampiros.
A la vida eterna.
A morirme.
A que se mueran mis padres.
Al fin del mundo en el año 2000.
A un caballo desbocado.
A una araña colorada.
A un sueño donde aparecía una araña.
Al payaso de la película It.
A todos los payasos.
A los ladrones.
A las ranas.
Al dibujo de una rana en el piso del baño de mi casa.
A los sapos.
A las víboras.
A la silueta de un hombre.
A la loca de la calle San Martín.
A los extraterrestres.
A que mis compañeros de escuela me encontraran un defecto físico.
A mi maestra de cuarto año.
A mi otorrinolaringólogo
A atravesar toda la casa de noche para llegar al baño.
A los gritos de mi padre.
A no poder crecer lo suficientemente rápido para poder dejar de vivir con mi madre.
A perderme y no poder volver a mi casa.
A dormir en lo de mi abuela paterna.
A la oscuridad.
A despertarme en la oscuridad.
A las cucarachas.
Apéndice
En el año 2000 se iba a terminar el mundo. No me preocupaba cómo. Nos íbamos a morir mis padres y yo. Yo iba a morirme a los 16. O a los 15, si el mundo se terminaba antes de Agosto.
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Los ojos plenos del extraterrestre de la autopsia de Roswell. El extraterrestre vivo y muerto de Roswell, verdadero y falso, los ojos sin dirección que miraban todo o no miraban nada.
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La araña colorada se subió a mi pierna cuando yo tenía 4 años. Corrí los 100 metros en 5 segundos.
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Me encontraron llorando en el frente de la casa. Todos los niños habían salido para diferentes lados. De los adultos nadie había venido enseguida. No era que no les creyera que el cuco había sido una vecina con una sábana puesta encima que apareció de entre los árboles del fondo. La explicación no me calmaba. Yo lo había visto. Mis padres se reían.
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Mi padre enojado. No puedo recordar nada exterior a mi propia casa que me diera miedo entonces.
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A los 12 años un caballo en el que iba se desbocó y empezó a correr rápido. Iba derechito hacia la actual Gianattasio. Yo iba agarrada con las piernas apretadas y los brazos alrededor del cuello del animal, llorando y gritando. No se cómo me acordé del verdulero que pasaba por casa en un carro de caballos. Cuando los frenaba gritaba “soooo”.
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Cuando estaba asustado por la oscuridad me acurrucaba en posición fetal y me comprimía lo más que podía. Pensaba que cuanto menos lugar ocupara en la oscuridad, más difícil sería para ella alcanzarme.
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En ese sueño la araña gigante bajaba hacia mi por una góndola de supermercado. Tenía la cara de mi madre.
Definitivamente al dentista. Primero en la lista.
No sólo a él (que era ella) sino a los artefactos que manipulaba e introducía en tu boca.
Un día, no recuerdo bien cuando ni porqué, se me apareció la idea de que no iba a ser feliz.
Temía a los bravucones de mi grado de primaria hasta que los enfrenté, sangre en la boca mediante y revuelo de sillas en el aula. Sirvó.
Me mal enseñaron a desconfiar de los gitanos que andaban por el barrio como ahora se desconfía de cualquier inmigrante.
Las chicas (digo chicas en clave de época, por si quedan dudas) me daban miedo. Un miedo físico. Transpiraba y quería ocultarme de ellas.
Me gusta tu tema.
Voy a Mvideo por el muff. Soy amigo de La chilena. Maria Fernanda…te suena?
al dentista con las agujas,
al chucky que entre por la ventana de mi cuarto,
a lo que puede salir del costado de la cama, ese que está contra la pared,
que se muera mamita,
a que todo el mundo se disfracen y luchen contra mí,
a las películas de terror para adultos,
a encontrar víboras venenosas en los cajones de juguetes,
que haya alguien escondido en algún lugar de la casa,
que de la heladera salga un monstruo,
que un ejército venga y nos tire bombas,
Al «carlanco» (llamado así por mi padre)
A lo que hubiera debajo de la cama en una noche de pesadillas
A la vecina loca y sucia
A la oscuridad
A la mirada represora de mi padre
A los truenos
Muchas gracias 🙂
Al viejo de la bolsa
Al ratón de los dientes
A la sierra del carnicero
Gracias José Luis!
A las aguavivas, a que te quedara una en el medio de la cara cuando salias del agua
Guau. Muchas gracias!
A los cabezudos.
A la mandíbula desencajada de mi viejo cuando se enfurecía con mi hermano menor.
Al bagre amarillo de Playa Brava.
Muchas gracias Ariel